¿Sabemos cómo piensan, qué les preocupa, cómo toman sus decisiones las personas que se encuentran en situación de pobreza? En su libro “Repensar la pobreza. Un giro radical en la lucha contra la desigualdad global”, los economistas del MIT y ganadores del Premio Nobel de Economía en 2019 Abhijit V. Barnejee y Esther Duflo, se plantean esta cuestión desde el rigor científico de la observación y el análisis de la realidad a través del mundo. El propósito del libro a través de esta experiencia y las evidencias acumuladas, es hablar de soluciones factibles en la lucha contra la pobreza para poder progresar sobre bases firmes.
Las causas de que muchas políticas públicas se formulen erróneamente se encuentran en lo que denominan las tres “íes”: ideología, cuando se proponen soluciones dogmáticas sin tener en cuenta la realidad; ignorancia, cuando se actúa desde el desconocimiento de los hechos que rodean el día a día de las personas a las que dirigimos la acción; y la inercia, cuando se producen resistencias a cualquier cambio a pesar de los pobres resultados y se escucha la lapidaria frase de “es que esto siempre se ha hecho así”. Se trata en definitiva de hacer una política social que funcione.
De su estudio de la realidad de la pobreza extraen cinco lecciones prácticas:
1. Los pobres muchas veces carecen de información fundamental y creen en cosas que no son ciertas, por eso y no porque sean menos inteligentes, a menudo acaban tomando la decisión equivocada. Como propuesta, plantean mejorar la cantidad y la calidad de las campañas de información, con mensajes que se ganen su confianza basados en la credibilidad.
2. Sobre los pobres recae la responsabilidad de demasiados aspectos de su vida, mientras que en las sociedades más desarrolladas económicamente muchas decisiones están tomadas institucionalmente por nosotros.
3. Hay buenas razones para creer que faltan mercados para los pobres o que, en algunos de ellos, sen enfrentan a precios muy desfavorables. Hay un amplio margen de la acción de los gobiernos para actuar en este terreno, apoyando al mercado para que ofrezca las condiciones necesarias o, si no funciona, para que considerara la provisión de los servicios por su cuenta.
4. Los países no están condenados al fracaso porque sean pobres ni porque hayan tenido una historia desafortunada, sino porque se han producido algunos fallos evitables en el diseño detallado de las políticas y con las ubicuas tres “íes”: ideología, ignorancia e inercia. La parte positiva y esperanzadora es que cabe la posibilidad de mejorar la gobernanza y las políticas, siempre existe un margen de mejora.
5. Las expectativas sobre lo que puede o no puede hacer la gente se convierten demasiado a menudo en profecías autocumplidas. No es fácil cambiar las expectativas, pero tampoco es imposible, y lo que es más importante, el rol de las expectativas implica que el éxito, a menudo, se retroalimenta, generando círculos virtuosos.
Se trata en fin, de mirar a la pobreza más de cerca, de realizar una comprensión paciente de esta realidad para identificar las trampas de pobreza, teniendo siempre presente la esperanzadora conclusión de que los cambios pequeños pueden tener efectos grandes. “Podemos dejar de fingir que hay alguna solución sencilla y, en su lugar, podemos unir nuestras manos a las de millones de personas bienintencionadas de todo el mundo en la búsqueda de muchas ideas, grandes y pequeñas, que algún día nos llevarán a ese mundo en el que nadie tenga que vivir con 99 centavos al día”.
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