jueves, 30 de junio de 2022

UTOPÍA PARA REALISTAS

Un mapa del mundo que no incluya Utopía no es digno de consultarse, pues carece del único país en el que la humanidad siempre ha acabado desembarcando. Y cuando lo hace, otea el horizonte y al descubrir un país mejor, zarpa de nuevo. El progreso es la realización de utopías”. Con esta cita de Oscar Wilde comienza su libro “Utopía para realistas” Rutger Bregman.


     El autor plantea una visión de la utopía que no se identifica con un compendio cerrado de soluciones dogmáticas a los problemas de nuestro tiempo, sino como una brújula que nos debe guiar en la acción de búsqueda de buenas prácticas para una vida mejor. Se trata de plantear las preguntas correctas que nos lleven hacia las soluciones transformadoras, sin las que la política se reduce al limitado campo de la gestión de los problemas.

        En definitiva, se trata de dirigir nuestras mentes al futuro, valorar el fin por encima de los medios, preferir lo bueno a lo útil, considerar nuevas alternativas y formar nuevos colectivos para hacerlas posibles. Poner el rumbo de la acción en la construcción de alternativas que activen la imaginación para generar esperanza, impulsar la iniciativa y desencadenar el cambio. Como defendía Bertrand Russell, “no es una utopía acabada lo que debemos desear, sino un mundo donde la imaginación y la esperanza estén vivos y activos”.

    Bregman plantea el reto de salir de lo que denomina el “socialismo de perdedores”, para recuperar el lenguaje del progreso, diciendo alto y claro que el verdadero problema no es la deuda pública, sino el endeudamiento excesivo de hogares y empresas, que combatir la pobreza es una inversión que produce abundantes réditos, que los trabajos mejor remunerados no son siempre los que más aportan al bien común de la sociedad.

Plantea recuperar lo que denomina el lenguaje del progreso en torno a seis ejes:

¿Reformas? Por supuesto, reestructuremos en profundidad el sector financiero, obligando a los bancos a aumentar sus reservas para que no se hundan cuando llegue otra crisis, denunciemos y eliminemos los paraísos fiscales, para que los ricos realmente aporten la parte que les corresponde.

¿Meritocracia? Adelante con ella, vamos a pagar a la gente en función de su contribución real al bien común, enfermeras, maestros, profesionales de los cuidados tendrían un aumento sustancial.

¿Innovación? Desde luego, incentivando que el mejor talento se dedique a trabajos científicos, de servicio público y docentes.

¿Eficacia? De eso se trata, cada euro invertido en una persona sin hogar supone el triple o más de ahorro en atención sanitaria, policía y costas judiciales, resolver los problemas es mucho más eficaz que administrarlos.

¿Recortar el estado niñera? Exactamente, dejemos de gastar una ingente cantidad improductiva de dinero en burocracia, demos a todos una renta básica, capital riesgo para la gente, y tendremos el poder de fijar el rumbo de nuestras propias vidas.

¿Libertad? Por supuesto, proporcionemos libertad económica a nuestros conciudadanos, para dedicarse a tareas muchas veces menos lucrativas pero más interesantes, redefinamos nuestro concepto de trabajo.

    Un libro provocador, muy bien documentado con una batería de datos empíricos que refuerzan sus propuestas de renta básica universal, semana laboral de 15 horas y de un mundo sin fronteras, para pensar en que otra economía es posible y que merece la pena ponerse manos a la obra para lograrla.



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