La semana pasada Aimar Bretos
entrevistaba al politólogo Moisés Naím, sobre el auge de los
discursos autoritarios que amenazan nuestras democracias y que se
articulan en torno a lo que él denomina “las tres pes”,
populismo, polarización y postverdad. El populismo se alimenta del
sufrimiento de los perdedores de las crisis, ofreciéndoles
soluciones simplonas propias de magos de la tribu a problemas
complejos que requieren políticas muy bien elaboradas para poder
resolverlos. La polarización busca la aniquilación del adversario,
estableciendo una línea divisoria entre buenos y malos patriotas, de
modo que o estás conmigo o estás contra mí, triturando el respeto
al pluralismo político como base de la convivencia. La postverdad se
encarga del uso sistemático de la mentira como instrumento de
comunicación política, inyectando falsas noticias cargadas de
prejuicios señalando a los culpables de las desgracias del pueblo,
envenenando el espacio público que compartimos.
Ante este diagnóstico, se imponen
medidas inmediatas y expeditivas para contener el contagio del virus
político iliberal que surge desde los extremos del tablero político,
en sus variadas versiones tanto a derecha como a izquierda. Son
necesarios lo que se han venido a denominar “cordones sanitarios”,
para impedir que los partidos antisistema accedan al poder y
gobiernen contra la democracia desde las instituciones democráticas.
Pero identificado el mal que aqueja al cuerpo político y establecida
la terapia de choque para contener su extensión, se precisa de una
terapia adecuada que sane el maltrecho estado en que se encuentra. Es
necesario un liderazgo que sepa “hacerse cargo del estado de ánimo
de la gente”, como diría Felipe González, para articular un
programa político integrador y que aporte un horizonte de esperanza
veraz a base de reformas útiles para mejorar la vida de la
ciudadanía.
Se equivocaría Emmanuel Macron si
pensara que con el resultado de las presidenciales francesas todo ha
quedado resuelto. Negar que existen profundas causas de descontento y
frustración de las que se alimentan los populismos iliberales es
negar la realidad, siendo imposible una acción eficaz y eficiente a
espaldas de lo que ocurre en el día a día de asalariados, autónomos
y jóvenes, los colectivos más golpeados por las crisis financiera y
pospandémica con las que hemos comenzado el siglo XXI. Las
propuestas de la ultraderecha nacionalpopulista plantean una vuelta a
un pasado idealizado donde supuestamente fuimos felices y vivíamos
seguros, que ya no existe porque el mundo ha cambiado con la
irrupción de las nuevas tecnologías y la ultraconectividad a nivel
planetario de la economía mundial. Ante esto solamente cabe hablar a
la gente con la verdad por delante, aunque resulte dura por
ineludible, explicándoles que la política no puede resolver todos
los problemas, de todas las personas y al mismo tiempo.
Quienes
prometen por encima de sus posibilidades de gestionar la realidad,
los que aseguran que no dejaremos a nadie atrás, que saldremos
mejores y que el escudo social nos protegerá a todos de todo mal,
son fabricantes de la frustración de la que se alimenta el monstruo
irracional antisistema. Se trata de hacer propuestas sobre bases
racionales y saber explicarlas, desmontar con razones las mentiras de
los falsos profetas de las soluciones mágicas, y convencer a la
ciudadanía de que es posible hacerlo, de que tenemos un plan viable,
de que el camino será duro pero pondremos todo el esfuerzo en salir
repartiendo con equidad los sufrimientos. En todas las crisis hay
pérdidas, la cuestión es distribuirlas de modo que todos perdamos
algo para ganar juntos un futuro mejor.
En su libro “Otra política es
posible” Ignacio Urquizu reflexiona sobre los dos tipos de
liderazgo que puede elegir un dirigente político, “se
enfrenta a un dilema: o bien «escuchar» a la mayoría —o el
discurso que dicen que mantiene la mayoría social— y hacer suyo lo
que piden; o bien defender un proyecto político y convencer a una
mayoría para que confíe en él”. Liderar a la sociedad no
consiste en dar la razón a los relatos que predominan, sino
contraponer un modelo de sociedad y seducir a una mayoría, con
propuestas concretas sobre las que sea posible discutir, intercambiar
argumentos a favor y en contra, sentar las bases de la discusión
pública sobre razones en lugar de emociones. Porque la racionalidad
del debate político es la que permite alcanzar acuerdos, encontrar
puntos en común y avanzar en la senda de mejora de las condiciones
reales de la vida de las personas.
El
nuevo presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijoo, ha
presentado un “Plan de medidas urgentes y extraordinarias en
defensa de las familias y la economía de España”, un documento
serio y riguroso, respaldado por un análisis económico serio, con
el que se puede discrepar en algunas cuestiones desde una perspectiva
socialdemócrata de izquierdas, pero al que no se puede negar su
utilidad para sentar las bases de un sano debate racional sobre
políticas públicas. La respuesta desde el gobierno debe ser exponer
su propuesta de país y su plan de futuro, para sobre esas bases
iniciar una conversación constructiva que sirva al bien común. Por
el momento, el cambio de estilo en el nuevo líder de la derecha
moderada es esperanzador. Por sus hechos y sus alianzas en el futuro
lo juzgaremos.
Publicado en Confidencial Andaluz el 28 de abril de 2022.
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