La construcción identitaria que realiza Giorgia Meloni al definir los valores de la civilización europea a través de la tríada formada por la filosofía griega, el derecho romano y los valores cristianos responde a una visión iliberal de la política.
Su omisión de la
Ilustración en este relato fundacional no es casual, sino que responde a una
intención discursiva deliberada. La Ilustración europea de los siglos XVII y
XVIII introdujo principios que entran en tensión directa con el proyecto
político de la extrema derecha populista en el que se encuadra Meloni. La
autonomía individual frente a la autoridad sustentada en la tradición, el
pluralismo frente al dogma, y la razón crítica frente a la fe como fuente de
verdad política.
La construcción de un relato que conduce desde los valores cristianos directamente a la Europa
contemporánea, supone una operación de salto genealógico que elude precisamente
el momento histórico en que se forjaron las bases del constitucionalismo liberal,
la separación de poderes, la tolerancia religiosa y la idea central de que la
legitimidad política deriva del consentimiento de los gobernados y no de
fuentes trascendentes.
El discurso meloniano
revela una comprensión de la libertad que podríamos calificar como libertad
negativa clásica, centrada en defender la ausencia de interferencia externa,
pero despojada de su dimensión emancipatoria moderna. La libertad, en este marco
sutilmente sugerido, aparece subordinada a un orden moral y político
preestablecido donde los valores cristianos operan como límite y marco
normativo.
Esta concepción contrasta
radicalmente con la tradición liberal democrática que emergió de la Ilustración
con las revoluciones burguesas, donde la libertad requiere no solo la ausencia
de coacción sino también las condiciones materiales y sociales que la hagan
efectiva. La libertad real, desde John Stuart Mill, pasando por supuesto por
John Rawls y su principio de diferencia, no puede realizarse sin una
distribución equitativa de las oportunidades para desarrollar las capacidades
básicas, y esto requiere de políticas públicas de educación, salud, protección
social y acceso a la participación política.
Particularmente
reveladora es la tensión entre la invocación de valores universales y la
construcción de una identidad europea excluyente. Los derechos humanos,
producto directo del pensamiento ilustrado y de las luchas democráticas
modernas, se universalizan precisamente por su capacidad de trascender las
particularidades culturales, religiosas o civilizatorias.
Cuando Meloni presenta
como específicamente europeos valores que la tradición liberal democrática
considera universales, está realizando una operación que instrumentaliza los
derechos humanos con fines identitarios e ideológicos. Esto es especialmente problemático
porque la lógica de los derechos humanos es precisamente la de establecer un
espacio político común, que trasciende las fronteras nacionales, culturales y
religiosas, centrado en la dignidad de la persona. Como declara solemnemente el
artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, “todos
los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como
están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los
otros”.
La tentativa de construir
la legitimidad política de la civilización europea eludiendo las exigencias
democráticas liberales alberga la potencial amenaza de los totalitarismos. La
propuesta de vincular la identidad europea con fuentes de legitimación premodernas
saca de la discusión todo lo relacionado con las demandas de igualdad,
pluralismo y justicia social que tienen su origen de la tradición democrática
ilustrada. Esto tiene consecuencias políticas concretas al proporcionar un
marco ideológico que capaz de justificar la restricción de derechos en nombre
de la tradición y la limitación de las políticas redistributivas invocando un
orden social natural en el que el Estado no debe intervenir.
La herencia europea, su
mayor legado histórico, incluye aquellos momentos de ruptura y emancipación que
cuestionaron las jerarquías basadas en la tradición y ampliaron el espacio de
la libertad y la dignidad humanas. Sin la Ilustración, simplemente no existe la
Europa democrática contemporánea.