domingo, 6 de julio de 2025

Los valores ilustrados de la civilización europea.

        La construcción identitaria que realiza Giorgia Meloni al definir los valores de la civilización europea a través de la tríada formada por la filosofía griega, el derecho romano y los valores cristianos responde a una visión iliberal de la política.

        Su omisión de la Ilustración en este relato fundacional no es casual, sino que responde a una intención discursiva deliberada. La Ilustración europea de los siglos XVII y XVIII introdujo principios que entran en tensión directa con el proyecto político de la extrema derecha populista en el que se encuadra Meloni. La autonomía individual frente a la autoridad sustentada en la tradición, el pluralismo frente al dogma, y la razón crítica frente a la fe como fuente de verdad política.

    La construcción de un relato que conduce desde los valores cristianos directamente a la Europa contemporánea, supone una operación de salto genealógico que elude precisamente el momento histórico en que se forjaron las bases del constitucionalismo liberal, la separación de poderes, la tolerancia religiosa y la idea central de que la legitimidad política deriva del consentimiento de los gobernados y no de fuentes trascendentes.

      El discurso meloniano revela una comprensión de la libertad que podríamos calificar como libertad negativa clásica, centrada en defender la ausencia de interferencia externa, pero despojada de su dimensión emancipatoria moderna. La libertad, en este marco sutilmente sugerido, aparece subordinada a un orden moral y político preestablecido donde los valores cristianos operan como límite y marco normativo.

        Esta concepción contrasta radicalmente con la tradición liberal democrática que emergió de la Ilustración con las revoluciones burguesas, donde la libertad requiere no solo la ausencia de coacción sino también las condiciones materiales y sociales que la hagan efectiva. La libertad real, desde John Stuart Mill, pasando por supuesto por John Rawls y su principio de diferencia, no puede realizarse sin una distribución equitativa de las oportunidades para desarrollar las capacidades básicas, y esto requiere de políticas públicas de educación, salud, protección social y acceso a la participación política.

    Particularmente reveladora es la tensión entre la invocación de valores universales y la construcción de una identidad europea excluyente. Los derechos humanos, producto directo del pensamiento ilustrado y de las luchas democráticas modernas, se universalizan precisamente por su capacidad de trascender las particularidades culturales, religiosas o civilizatorias.

    Cuando Meloni presenta como específicamente europeos valores que la tradición liberal democrática considera universales, está realizando una operación que instrumentaliza los derechos humanos con fines identitarios e ideológicos. Esto es especialmente problemático porque la lógica de los derechos humanos es precisamente la de establecer un espacio político común, que trasciende las fronteras nacionales, culturales y religiosas, centrado en la dignidad de la persona. Como declara solemnemente el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

    La tentativa de construir la legitimidad política de la civilización europea eludiendo las exigencias democráticas liberales alberga la potencial amenaza de los totalitarismos. La propuesta de vincular la identidad europea con fuentes de legitimación premodernas saca de la discusión todo lo relacionado con las demandas de igualdad, pluralismo y justicia social que tienen su origen de la tradición democrática ilustrada. Esto tiene consecuencias políticas concretas al proporcionar un marco ideológico que capaz de justificar la restricción de derechos en nombre de la tradición y la limitación de las políticas redistributivas invocando un orden social natural en el que el Estado no debe intervenir.

       La herencia europea, su mayor legado histórico, incluye aquellos momentos de ruptura y emancipación que cuestionaron las jerarquías basadas en la tradición y ampliaron el espacio de la libertad y la dignidad humanas. Sin la Ilustración, simplemente no existe la Europa democrática contemporánea.